Britain's Prime Minister Theresa May prepares to speak to the media outside 10 Downing Street, in central London, Britain April 18, 2017. British Prime Minister Theresa May called on Tuesday for an early election on June 8, saying the government had the right plan for negotiating the terms of Britain's exit from the European Union and she needed political unity in London. REUTERS/Stefan Wermuth

Los británicos están llamados a las urnas el próximo jueves 8 de junio. Unos comicios excepcionales, no sólo por su carácter inesperado -se han adelantado tres años sobre la fecha prevista-, sino por todo lo que suponen de extraordinarios.

Primero, porque Theresa May, quien dijo que no iba a adelantar las elecciones cuando en julio tomó el relevo al frente del Gobierno en sustitución del dimitido James Cameron, lanzó en abril un órdago a la oposición, y sobre todo a la Unión Europea, al incumplir su palabra.

Apenas 20 días después de invocar el Artículo 50 del Tratado de Lisboa, la premier intentó convertir unas elecciones legislativas en todo un plebiscito con el que armarse de respaldo popular de cara a una complicada negociación del Brexit.

Pero estos comicios también son extraordinarios porque la campaña se ha visto alterada por la lacra del terrorismo. Primero Manchester, y más recientemente Londres, han sido escenario de la acción de asesinos escudados en el islamismo radical que han llenado de muertos la campaña. En el aire queda la pregunta de cómo afectarán estos atentados al proceso y a la toma de decisiones de los votantes.

Tras el del sábado noche en Londres, hubo quien incluso se planteó la posibilidad de suspender los comicios. Todo ello en un contexto en el que las encuestas y sondeos han mostrado una clara decadencia de la fuerza de May y los tories: comenzaron con la proyección de una gran mayoría absoluta y han visto cómo su ventaja ha ido decreciendo día a día hasta notar el aliento de Corbyn y los laboristas en el cogote.

Un modelo desnaturalizado

Sin embargo, hay otro elemento que convierte a estas elecciones en extraordinarias, y es que el sistema electoral británico se desnaturaliza en estos comicios. Reino Unido se ciñe al llamado First Past the Post, un modelo uninominal mayoritario basado en la mayoría simple, no en la absoluta. Es decir, al vencedor le basta con obtener un punto más que su contrincante para ganar, aunque no alcance el 50% de los votos.

Se trata de un sistema que favorece la elección de los grandes partidos y perjudica a las formaciones minoritarias. Pero, en este caso, los comicios no buscan revalidar un gobierno, al menos no sólo eso.

Desde que la mañana del 18 de abril Theresa May sorprendiera a propios y extraños anunciando su intención de proponer un adelanto electoral –en Reino Unido tal decisión debe de ser adoptada por el Parlamento- quedó claro que su objetivo era el de acallar aquellas voces que pedían suavizar el Brexit e incluso buscar una fórmula para dar marcha atrás.

Voces provenientes no sólo de las filas liberales -cuya formación lleva como propuesta electoral realizar un nuevo referéndum para resituar al país en el seno de la UE-, sino de los laboristas y, lo que más afectó al Gobierno, de entre los propios tories.

Por ello, May convocó unas elecciones del todo extraordinarias, porque su principal objetivo era alcanzar una mayoría absoluta que le permitiera dirigir las negociaciones con Bruselas con la bandera de la voluntad popular como enseña. Y todo en un sistema en el que la mayoría absoluta no es una herramienta necesaria para vencer.

El jueves sabremos si la premier pasará a la historia como una gran estratega o si, como predicen algunos con las encuestas en la mano, habrá cometido un gran error surgido del exceso de confianza y de minusvalorar el clima político del país.