Artículo de Daniel Ureña para ABC.

Sea quien sea el candidato, tendrá el ambicioso reto de tender puentes entre las diferentes familias del movimiento conservador americano

El próximo 2 de noviembre Estados Unidos volverá a acudir a las urnas, dos años después de la histórica victoria de Barack Obama. En este tiempo muchas cosas han cambiado. Desde su toma de posesión el índice de aprobación del presidente ha caído en picado,perdiendo más de 20 puntos en año y medio, alcanzando este mes de agosto su cifra más baja, un 44 por ciento de apoyo, frente al 65 por ciento con el que empezó.

Por ello, las elecciones legislativas, en las que están en juego 38 gobernaturas estatales, más de un tercio de los 100 escaños del Senado y los 435 asientos de la Cámara de Representantes, serán un duro examen para Barack Obama y los demócratas. Enfrente tendrá al Partido Republicano, que esta semana ha celebrado elecciones primarias para nombrar a sus candidatos para noviembre y de las que ha salido reforzado.

Hace dos años, tras la derrota de John McCain, el GOP (Grand Old Party) quedó noqueado y huérfano de liderazgo. Pero en este tiempo, el movimiento conservador americano ha demostrado estar vivo y no ha parado de reorganizarse activamente. Con frecuencia, desde Europa se analiza la realidad política de Estados Unidos con los esquemas europeos, lo que supone un gran error de simplificación. Y esto es especialmente habitual cuando se habla sobre el Partido Republicano y sus bases. En Europa, donde reina la disciplina de voto, la férrea uniformidad ideológica y el sistema de primarias está considerado como una amenaza por las cúpulas de los partidos, es difícil entender que la sociedad civil va por delante de las formaciones políticas y que un candidato desconocido, sin más apoyo que su capacidad para sumar esfuerzos, puede batir al aparato oficial. Así ha ocurrido, por ejemplo, en Florida, donde el empresario Rick Scott ha logrado imponerse al candidato de la maquinaria republicana, Bill McCollum, y será el candidato a gobernador en noviembre.

Mucho se ha hablado durante los últimos meses sobre el Tea Party, el movimiento de base que ha conseguido girar el timón del Partido Republicano hacia la derecha. Las elecciones primarias de esta semana suponían una importante prueba para medir su verdadero alcance. En Arizona, un antiguo locutor deportivo, J. D. Hayworth, desafió con el apoyo del Tea Party al veterano senador John McCain, que desde hace 24 años ocupa su escaño, pero no consiguió vencerle. En Alaska, el hombre del Tea Party era un desconocido abogado, Joe Miller, que también contaba con el apoyo de Sarah Palin y Mike Huckabee, dos pesos pesados del partido, y que ha conseguido poner contra las cuerdas a la veterana senadora republicana Lisa Murkowski. Los resultados son tan apretados que, días después, siguen pendientes del recuento, uno a uno, del voto por correo. Sea cual sea el resultado en Alaska, el éxito del Tea Party ha sido influir en la agenda del partido, endureciendo su postura en algunos temas como inmigración. Y aquí radica uno de los grandes retos del Partido Republicano. Puede que, en el corto plazo, esta estrategia pueda dar réditos electorales, pero a la larga puede suponer un serio problema si el GOP es percibido como un partido enemigo de la inmigración.

Las cifras del censo hablan por sí solas. Actualmente, más de 45 millones de hispanos viven en Estados Unidos, con una edad media de 27 años y con un índice de natalidad muy superior a otros segmentos de población del país. En poco tiempo, la comunidad hispana se ha consolidado como la minoría con mayor crecimiento y en unos años, el 25 por ciento de los ciudadanos estadounidenses serán de origen hispano. Por tanto, el gran reto del Partido Republicano pasa por conseguir volver a integrar en sus filas a los miles de ciudadanos hispanos que, día a día, tienen un mayor peso en la vida del país. Si el Partido Republicano continúa cosechando una imagen de enemigo de los inmigrantes, estará dando un cheque en blanco para que los demócratas prolonguen su hegemonía. En 2012, nombres como Tim Pawlenty, John Thune, Mike Huckabee, Mitt Romney o Sarah Palin, tratarán muy posiblemente de liderar el partido en las elecciones presidenciales. Sea quien sea el candidato, tendrá el ambicioso reto de tender puentes entre las diferentes familias del movimiento conservador americano, así como el de reconquistar a los votantes hispanos