Rosario Fernández publicaba ayer este artículo en el diario Expansión:

El líder nace y se hace

John F. Kennedy, Margaret Thatcher o Felipe González han sido políticos que, al margen de sus ideas, pasarán a la historia como grandes líderes. Pero, ¿qué es lo que los tres han tenido en común? ¿Nacieron como líderes o fueron construidos? ¿Fue tan necesario para ellos eso, que algunos consideran como imprescindible, llamado carisma o lo adquirieron con el paso del tiempo? Para algunos expertos, como Carlos Barrera, director del Máster en Comunicación Política y Corporativa de la Universidad de Navarra, el dilema es difícil de responder. En la historia de las democracias ha habido líderes con madera, sobre los que ha sido más fácil edificar, y otros a los que ha costado más instruir. «Lo importante es que el político se deje asesorar, ya que puede cometer el fallo de una excesiva autoconfianza», dice Barrera.

Otros, como Jorge Santiago, director del Máster en Asesoramiento de Imagen y Consultoría Política de la Universidad Pontificia de Salamanca, aseguran que la capacidad de liderazgo está directamente relacionada con el carisma «y eso es algo innato». «Lo que sí se puede hacer es modelar, pero hay algo que la persona debe tener, ya que es muy difícil crear un líder de la nada», añade Daniel Ureña, socio director de MAS Consulting en España, quien destaca la importancia del carisma, dado que «la política es cada vez más personalista y lo que interesa es crear una historia que gire alrededor del personaje».

Tras la estela americana
El ejemplo más evidente es el estadounidense, un modelo que empieza a dejar su estela en el español. Así, la campaña para las elecciones generales de 2004 ideada por el Partido Socialista se basó en contar la historia de alguien casi desconocido llamado Zapatero. Y más recientemente, el Partido Popular está acercando la figura de Rajoy y lo muestra en un ambiente familiar. «Cada vez más, las campañas se basan en candidatos que tratan de enseñar a los votantes que ellos también son personas. Se busca la credibilidad y la identificación», dice Barrera. Y añade: «No hay que olvidar que la valoración de la clase política es más bien baja, por lo que la cercanía se hace más que necesaria».

Esa capacidad de liderazgo va unida indisolublemente a los medios de comunicación. Según Ureña, los candidatos no dejan de representar una marca que lleva implícito un valor que debe venderse. José Félix Vadillo, diputado del PP en el Congreso, añade que «el líder debe llegar al cuidadano y convencerle de que su producto es el mejor», por lo que el dominio de factores como la telegenia, la fotogenia y la fonogenia son fundamentales. Es más, en algunos casos, estos elementos pueden llegar a sustituir al carisma. Así, Santiago comenta que «por ejemplo, Aznar no tenía carisma, pero sí palabra».

Lo que sí está claro es que un líder es alguien que no se deja presionar, que arrastra a la gente y que la persuade, bien por la oratoria, bien por la dialéctica, bien por su forma de ser. Algo así como un encantador de serpientes. El cómo llegar a los votantes depende de las diferencias culturales entre países. Mientras en Estados Unidos el atributo de la fortaleza y el componente militar son decisivos, en España es fundamental el carácter. Como dice Ureña «es curioso ver cómo se ha comparado el carácter de Zapatero, cuyos conceptos estrella han sido el talante y el diálogo, con el de Aznar, más oscuro y autoritario».

Pero lo que siempre tiene que demostrar un líder es optimismo. Los mensajes más pesimistas se dejan para otra figura, generalmente para el segundo de a bordo. «Lo hemos visto con González y Guerra, con Aznar y Álvarez Cascos y, en la actualidad, con Zapatero y De la Vega», indica Ureña.

La caída
Todo ello para hacer que la imagen del líder no se resienta, ya que «puede pasar de héroe a villano de la noche a la mañana», dice Santiago. La bajada de popularidad del presidente francés Sarkozy por la sobreexposición de su vida privada lo pone de manifiesto, aunque, según los expertos, no está claro qué consecuencias tendrá, ya que está al principio de su mandato. El mensaje que se quiere transmitir tiene que estar alineado con la estrategia y el posicionamiento, pero «a veces los fallos no vienen sólo del lado de la comunicación», dice Barrera. No hay que olvidar que la comunicación ayuda a la política, pero no la sustituye.

Estados Unidos ‘is different’
George W. Bush ganó las pasadas elecciones nortameamericanas centrando su campaña en la guerra contra el terrorismo. ¿Quién, sino él mismo, podía ser el mejor comandante para estar al frente de esa batalla? En la actual carrera hacia la Casa Blanca, «es el también republicano y héroe de guerra John McCain el que ha cogido el testigo aludiendo al componente militar», dice Ureña. Él, que estuvo privado de libertad, será el encargado de defender a Estados Unidos.

Por su parte, el rival de su mismo partido, Mitt Romney –impecable en su forma de vestir– es visto como el empresario que organizó los Juegos Olímpicos de Salt Lake City en 2002, alguien que promete ser el mesías que mejorará la maltrecha economía estadounidenese y, además, garantizará los principios conservadores.

También los candidatos demócratas tienen argumentos con los que responder a la pregunta de por qué quieren ser presidentes. Barack Obama representa el cambio. Es el vivo espejo del sueño americano. De origen afroamericano es una persona que se ha hecho a sí misma. Además, Barrera asegura que «tiene a su favor una gran capacidad de seducción oratoria y en su contra juega la poca experiencia política». Todo lo contrario de lo que le ocurre a Hillary Clinton, cuya dilatada trayectoria en el mundo político ha hecho que sus asesores se preocupen de dar de ella una imagen más humana y menos arrogante. Las lágrimas han sido un buen ejemplo. Todos estos candidatos tienen su historia y triunfará la que más convenza.